Explicaciones

El médico lo quedó observando con cara de idiota o tal vez con cara de extrañeza. Aunque si se piensa bien, cualquiera de las dos caras explican la total carencia de entendimiento.

- Doctor, lo que padezco es precisamente mi problema, me agobia y es la motivación de acercarme a usted. Me complica.

El médico reforzó la cara de idiota con un:

- No entiendo.

- Doctor, su reacción es lo que me aqueja. No puedo hablar con claridad y es precisamente eso. Nadie comprende lo que digo, no me haga repetirlo, ni yo me entiendo y eso que estoy tratando de explicarlo. Ese es el motivo de mi consulta, revise mis explicaciones, algo les pasa, tienden a no explicar la explicación.

El médico no dejó tiempo al silencio, dijo con gran elocuencia:

- La raíz del problema son los huevecillos de su cabeza, anidan entre las neuronas y debe expulsarlos de allí antes que le coman la cuesca y lo dejen tonto. Párese, haga como las gallinitas, vamos no sea tímido. Haga cococó, dígalo fuerte. Diga cococó como si fuera una gallinita ponedora. Súbase a la mesa y aletee con fuerza. ¡Vamos, gallinita! Aletee y grite cococó. Piense como gallinita y bote los huevecillos.

- Doctor, no pasa nada.

- Diga cococó.

- Cococó.

- ¿Se siente mejor?

- No.

- Bueno, entonces bájese de allí y olvídese de los huevecillos.

El médico se acomodó detrás del escritorio marcando así la necesaria distancia entre enfermo y galeno.

- Intente explicarme desde cuándo sufre esta enfermedad. ¡Ah!, no es necesario que siga aleteando.

- Gracias doctor, ya me estaba cansando. ¿Desde cuándo sufro esta enfermedad? No lo sé, aunque si lo pienso bien puedo indicar la hora exacta en que comenzaron mis explicaciones, pero no así el día ni el mes, a lo mejor podría precisar el año, pero eso sería aventurar demasiado. En un principio mis explicaciones fueron tan sólo banales, luego mutaron a un estado ininteligible y finalmente pasaron a ser inexplicables. ¿Me entiende?

- Sí, creo que le estoy entendiendo.

- Entonces, ¿podría explicar lo que dije?

- No, ciertamente ya se me olvidó. Creo que deberemos agregar que sus explicaciones también son olvidables.

Bueno, ya encontré la mejor forma de ayudarlo. Cuando trate de explicar algo, simplemente no lo explique. Viva una nueva vida sin explicaciones. Para eso no se pregunte, de hecho no se pregunte nada, ya que las preguntas frecuentemente llevan a las explicaciones. Y si se ve obligado a explicar algo, intente no dilucidar lo explicado, deje el problema rondando a quien lo escucha. Ensaye dos veces por semana frente al espejo su mejor cara explicativa y luego ensaye su mejor cara de satisfacción. Si eso no resulta, ofúsquese, no resolverá su problema, pero por lo menos lo hará normal. Y no se preocupe, hoy en día nadie presta atención a las explicaciones, sólo basta ver a las personas que jamás leen las instrucciones ni los manuales de uso y qué decir de las recetas. ¿Me entendió?

- No, la verdad no le entendí.

- Deberemos agregar entonces, aparte de ser banales, ininteligibles, inexplicables y olvidables, sus explicaciones también son contagiosas.

 

Alfonso Quiroz Hernández

 

 

 

 

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